Mi hija Antonella Petro me acaba de mandar un párrafo con el que ella quiere que empiece mi discurso, así que, con el respeto de ustedes, voy a leerlo. Es el párrafo de una niña de 15-16 años y dice así:
«Hoy estoy orgulloso de presentarme ante ustedes como el presidente del corazón de la tierra. Así es como nuestros indígenas de la Sierra Nevada denominaron a mi hermoso país. Geográficamente hablando, tiene sentido que nosotros seamos el corazón del mundo. Sin embargo, si somos el corazón, tenemos que dar el ejemplo de unidad, de paz total y de preservación de la naturaleza. Si el corazón funciona, es un gran avance. Sin embargo, todas las otras partes del cuerpo son importantes. Si una falla, el resto también lo hará. Por eso es que desde el corazón de la tierra invitamos a todos los países a hacer un acto de conciencia, dejar a un lado la codicia que está matando al ser humano y a la madre tierra, y dar un paso hacia la paz total.»
Hasta ahí, mi hija cumplió sus órdenes. Y sigo.
Señoras y señores presidentes del mundo, en este recinto la capacidad de comunicación de un presidente depende de la cantidad de dólares que tenga en su presupuesto. En la cantidad que tenga de aviones de guerra y, en el fondo, en la capacidad que tenga su país de destrucción sobre la humanidad. El poder de un país en el mundo ya no se ejerce por el tipo de sistema económico, político, o de ideas que irradie, sino por el poder de destruir la vida de la humanidad. Los que no tenemos ese poder de destrucción —al contrario, los que tenemos el poder de sostener la vida en el planeta— hablamos sin mucha atención prestada y muchas veces quizás sólo para nuestros propios pueblos.
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Por eso no nos escuchan cuando votamos que se detenga el genocidio en Gaza. Aunque seamos la mayoría de los presidentes del mundo y representantes de la mayor parte de la humanidad, no nos escucha una minoría de presidentes que pueden detener el bombardeo. Es decir, no nos escuchan los presidentes de los países que pueden destruir la humanidad.
Si pedimos que se cambie la deuda por acción climática, no nos escuchan las minorías poderosas. Si pedimos que dejen las guerras para concentrarnos en la transformación rápida de la economía del mundo para poder salvar la vida y la especie humana, tampoco nos escuchan. Es el poder de destrucción de la vida lo que da volumen a la voz en el recinto de las Naciones Unidas y congrega a la mayoría de sus representantes y delegados.
No se escucha la voz de las naciones, y pedimos unir el esfuerzo humano en pos de la existencia. Aquí hablamos, pero no se nos escucha. Sin embargo, quizás ya no hablamos para que nos escuchen y dialoguemos con los presidentes del poder mundial, sino para que escuchen los pueblos del mundo.
Hoy las cosas están peores que hace un año. Se han quemado 11 millones de hectáreas en la selva amazónica en tan solo un mes por el calentamiento global y la crisis climática. Los científicos dijeron que si se quemaba la selva de las amazonas, llegábamos al punto de no retorno climático, donde las decisiones humanas para detener el colapso ya serán inocuas.
Pues bien, la selva amazónica se está quemando. Las campanas ya doblan por todo el planeta, por ti, por nosotros, por la vida y la humanidad, como dijera Ernest Hemingway. Las campanas no sólo doblan por ti, sino por toda la vida.
Ha comenzado el fin. Hace un año pedí una conferencia de paz por Palestina en este mismo lugar, sin que hubiera estallado aún la primera bomba. Hoy tenemos 20,000 niños y niñas asesinados bajo las bombas y los presidentes de los países de la destrucción humana se ríen en estos pasillos, con ayuda del poder de comunicación de los medios mundiales, que hoy están en propiedad de los grandes capitales, reordenan el mundo sin democracia, sin libertad.
El proyecto democrático de la humanidad está muriendo con la vida, mientras los racistas, los supremacistas, los que creen estúpidamente que los arios son la raza superior, se aprestan a dominar el mundo escribiendo el terror de las bombas sobre los pueblos. El control de la humanidad sobre la base de la barbarie está en construcción, y su demostración es Gaza, el Líbano. Cuando muera Gaza, morirá la humanidad toda.
Resulta que el pueblo de Dios no era el pueblo de Israel, no es el pueblo de los Estados Unidos de Norteamérica, sino que el pueblo de Dios es la humanidad toda y los niños de Gaza, eso era humanidad, el pueblo elegido de Dios. Están matando al pueblo elegido de Dios, los niños de la humanidad. Hay una razón para este armagedón del mundo contemporáneo.
En la sinrazón de los gobiernos que aplauden el genocidio y que no actúan pronto para cambiar las economías hacia la descarbonización, hay una lógica. La lógica no está en el mundo político ni en este atril donde hablan todos los presidentes. La lógica está afuera y se llama desigualdad social.
Oxfam dice que el 1 % más rico de la humanidad tiene más riqueza que el 95 % de toda la humanidad junta. Es en esta desigualdad, la mayor de nuestra historia como especie, donde se encuentra la lógica de la destrucción masiva desatada en la crisis climática y la lógica de las bombas que suelta un criminal como Netanyahu sobre Gaza. Netanyahu es un héroe para el 1 % más rico de la humanidad porque es capaz de mostrar que los pueblos se destruyen bajo las bombas.
Si la riqueza la medimos en CO2 emitido y no en dólares, tenemos la respuesta. El 1 % más rico de la humanidad es responsable de la crisis climática que avanza y se opone a acabar el mundo del petróleo y del carbón porque es su propia fuente de riqueza. Los políticos, incluidos los presidentes de los países más poderosos de la tierra, simplemente les obedecen.
Ellos pagan las campañas. Ellos son los dueños de los medios de comunicación. Ellos son los que ocultan la verdad de la ciencia como en la película No mires arriba. Ellos son los que dicen qué se piensa, qué se dice, y qué debe ser prohibido y silenciado. En su poder de prohibición y censura gritan «viva la libertad, carajo», pero es sólo la libertad del 1 % más rico de la población mundial que, en su sentir mercantil y libre, nos lleva a la destrucción de la atmósfera y de la vida. El libre mercado no era la libertad como decían, sino la maximización de la muerte.
Ese 1 % más rico de la humanidad, la poderosa oligarquía global, es la que permite que se tiren bombas a las mujeres, ancianos, y niños de Gaza, del Líbano, o de Sudán. O se bloqueen económicamente los países rebeldes que no encajan en su dominio como Cuba o como Venezuela porque necesitan mostrar su poder de destrucción al 99 % restante de la humanidad para que los dejen seguir dirigiendo el poder del mundo y apropiándose y acumulando cada vez más su riqueza. La oligarquía global lleva a la humanidad a su propia extinción, y es para allá donde la política le rinde pleitesía, abandonando por completo la idea de la libertad y del poder de los pueblos, la idea de la democracia.
La pregunta que hay que hacer desde esta tribuna es si los pueblos lo permitirán. Ya no hay más tiempo; los gobiernos son incapaces de detener la extinción de la vida. Hoy hay que escoger: si es la vida o es la codicia, si es la humanidad o es el capital.
No puedo más que decirles a los pueblos del mundo desde la voz débil de un país sin armas de destrucción masiva, sin dólares, pero hermoso por su diversidad natural y cultural, el país de la belleza y las mariposas de todos los colores, que ya no es la hora de los gobiernos sino la hora de los pueblos. El tiempo ya se acabó. O levantamos la bandera de la vida o nuestros pueblos se llenarán de cementerios como nos lo mostró la epidemia. Es la hora de los pueblos, y hay que actuar localmente y concertar mundialmente.
El capital fósil puede seguir; el capital fósil no puede seguir. Los pueblos deben detenerlo. El veneno arrojado en la atmósfera es fatal, y las chimeneas que lo emiten deben detenerse. Cada rincón del mundo puede ser una batalla contra esas chimeneas.
Hace un siglo se levantaba una bandera roja en manos de las multitudes obreras, hablando de una revolución contra el capital. Ese mundo se acabó, perdido en el gigantismo de los Estados y la ausencia de la libertad. La bandera roja no encontró su lugar en la historia de la humanidad. Pero hoy, con más razón, ya no para defender una clase, un sistema de ideas, sino para defender la vida colectiva, se necesita de nuevo la bandera levantada, quizás ya no roja sino de todos los colores, una bandera de toda la humanidad para defender su propia existencia en el planeta.
Quizás la palabra socialismo hoy tiene una nueva significación. Los cerebros, que son la base verdadera del trabajo, hoy están más conectados que nunca. Hoy el saber humano es más colectivo que nunca. Ayudarnos siempre fue la magia que nos permitió sobrevivir durante un millón de años en este planeta. Los individuos solos son débiles y terminan en manos del fentanilo, la droga de la muerte, de la derrota humana. Las personas somos fuertes si nos ayudamos, y esta ayuda alcanza la escala planetaria.
La ayuda mutua, la construcción colectiva del saber, la humanidad como nuevo sujeto político, es la base de una nueva significación del socialismo. Somos lo más avanzado de la vida, la vida inteligente. Debe defenderse la vida inteligente y defender las otras vidas de una oligarquía global que la ataca. Una nueva riqueza debe construirse, ya no basada en el petróleo, sino en la intensidad, en el trabajo creador y libre que permite la altísima productividad alcanzada ahora, incluida la inteligencia artificial, a la que hay que controlar desde un poder público mundial. La productividad permite el tiempo libre y creador.
La juntura en red de los cerebros humanos, la mayor potencia jamás alcanzada, y esta red neural de la humanidad es la que puede permitirnos vencer con la bandera levantada, la bandera de la vida. Ya no le hablo a Biden, a Macron, a Charles, o a Xi Jinping, o a Putin. De China recojo su idea de un diálogo entre civilizaciones; de Europa, su proyecto de pacto social; de Estados Unidos, su amor a la democracia original, de sus padres fundadores; de Sudamérica, su diversidad huracanada, su jinete abanderado, su Simón Bolívar; de África, sus tambores que llaman a comunicarnos con los espíritus de la naturaleza; de Jesús, la idea del amor universal, su juntura de la luz con la vida.
De esas fuentes civilizatorias, y más, que están en todos los pueblos del mundo, debemos tomar las fuerzas de la mayor batalla por la vida de la historia humana. Esa batalla indudablemente es una revolución mundial. Necesitamos construir el mayor ejército de todos los tiempos, compuesto de guerreros y guerreras de la vida. El ejército de la vida no tendrá las armas de la oligarquía global, no tendrá armas nucleares, no competirá por armas, ni tendrá los dineros a manos llenas de los bancos, ni el poder de destrozar a los niños en los genocidios de la oligarquía, pero tendrá el mayor poder de todos: el poder de una humanidad unida que no se dejará quitar su existencia en el planeta.
Sólo hay un punto de vida infinitesimal en millones de años luz alrededor del universo, y se llama Tierra, y en ella hay una vida superior, que es la vida inteligente, la humanidad. No podemos dejar apagar esa perla del universo. Sin la vida, sólo la oscuridad inerte dominaría, y es esa oscuridad inerte la que llena el corazón y el alma de la oligarquía global y sus ídolos de barro. Le corresponde a la humanidad dar la batalla; es la hora de los pueblos.
Si los gobiernos no pudieron, como aquí se demuestra, y decidieron jugar con bombas y guerras sin sentido, y matar niños y niñas en juegos de poder, entonces es la hora de tomar la solución de los grandes problemas de la humanidad en las manos de la misma gente, de la gente sencilla de la humanidad. En lugar de dirigirnos a gobernantes insensibles, dirijámonos a nosotros, el común, dirijámonos a los pueblos para concertar las acciones comunes, las demostraciones de otro poder democrático. En medio de ese poder de la humanidad, convertida en conciencia actuante, aparecerán nuevos gobiernos, nuevos liderazgos.
Si la vida vence su extinción, ya no será la oligarquía global la que gobierne el mundo; será derrocada para construir una democracia global. Una nueva historia está por comenzar.
Gracias, muy amables.
Foto: Especial
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