Autor: Ambroise Jean-Léon
Lo que realmente ocurrió en las noches del 6 y 7 de octubre de 2022 sigue sin estar claro. Lo que sí resonó fue el rumor bastante fuerte de la renuncia del primer ministro interino de Haití, Ariel Henry.
Este era miembro del partido pro-estadounidense Pati Ayisien Tèt Kale (PHTK) del presidente Jovenel Moïse. (Moïse fue asesinado en julio de 2021.) ¿Había renunciado realmente Henry? ¿O se trataba solo de un rumor muy difundido? ¿Podría haber sido ambas cosas a la vez: que Henry hubiera renunciado de verdad, pero que le hubieran obligado a quedarse, con lo cual la noticia de su renuncia se difundió como un chisme que la maquinaria de comunicación gubernamental había inventado para el consumo público?
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Sin embargo, al día siguiente fuimos testigxs de lo siguiente: en su discurso a la nación, Henry primero solicitó la intervención de fuerzas militares extranjeras en Haití. Luego hizo una petición formal a las Naciones Unidas. Este llamamiento fue recogido por las organizaciones internacionales, en particular por el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres. En la cobertura mediática de los hechos, no se estableció ninguna relación entre la (rumoreada) renuncia del Primer Ministro de facto y su petición de intervención militar. ¿Sería una forma de mantener la mente ocupada mientras se esperaba una respuesta de la comunidad internacional? ¿O fue la intervención militar una promesa hecha por la comunidad internacional a Henry para que retirara su carta de renuncia?
La cobertura de los medios de comunicación parece haber oscurecido lo que ocurrió los días 6 y 7 de octubre, al optar por centrarse únicamente en la solicitud de intervención militar, ocultando en el proceso una cadena de acontecimientos. ¿Se dirigió la misma petición a la ONU y a la administración estadounidense? ¿O se trató de dos propuestas distintas: una en un marco multilateral y otra en un marco bilateral? Suponiendo que fuera esto último, ¿qué nos dice esto sobre la política interna del gobierno haitiano, sobre la política exterior de EE.UU. hacia (o contra) Haití, o incluso sobre la geopolítica (como parte de un orden mundial al rojo vivo)—especialmente a la luz de la visita del Subsecretario de Estado de EE.UU., Brian Nichols, a Haití, sus posteriores reuniones, y la presencia de barcos de la Guardia Costera de EE.UU. en aguas haitianas?
Al menos una cosa es segura. Desde la solicitud de intervención formal y la presencia de Estados Unidos con sus buques de guerra y su emisario, el tema de la intervención militar se ha enmarcado rápidamente como un discurso sobre el supuesto «consenso entre haitianxs». En realidad, se refiere a la convergencia de intereses entre lxs representantes del gobierno haitiano de facto; lxs representantes del Acuerdo de Montana (acordado entre grupos cívicos y políticos tras el asesinato de Moise); el presidente, Fritz Jean, y el primer ministro, Steven Benoit, acordados como parte de ese acuerdo. El mensaje es claro: si no quieren una intervención militar, pónganse del lado de Ariel Henry, quien inició la petición. Cualquier postura de autodeterminación debe ser revisada por Ariel Henry y su equipo.
En estas circunstancias, no puede haber autodeterminación. Es como si lxs verdaderxs responsables de la intervención militar (que ya estaba en marcha) no hubieran sido quienes la pidieron, sino más bien quienes fueron incapaces de frustrarla, encontrando un acuerdo con el grupo anterior. En este sentido, la etiqueta «nacionalista» (el actual término comodín que, entre otras cosas, se está aplicando para incluir cualquier praxis que refute el aparato colonial) se refiere a hacer todo lo posible para evitar la intervención militar, y eso significa hacer exactamente lo que quieren lxs representantes de la «Internacional Capitalista Colonial«.
La presencia norteamericana en Haití—en la forma de buques de guerra y de un emisario de alto rango—se asemeja a esfuerzos coloniales históricos tales como la expedición napoleónica para el restablecimiento de la esclavitud (1802) y la flota del rey Carlos X, enviada para pedir un rescate por la independencia de Haití (1825). Sin embargo, en este caso, no se trata de presionar a quienes tienen en sus manos las llaves de las instituciones, sino de evitar que se pierda el control en un contexto en el que lxs gobernantes no solo están equivocadxs, sino que también muestran las mayores deficiencias para gestionar la vida de la población y mejorarla. La presencia actual de Estados Unidos recuerda el lenguaje del buque de guerra inglés HMS Bulldog, enviado para bombardear la ciudad de Cabo Haitiano en apoyo del presidente Geffrard contra la insurrección antigubernamental de Salnave.
El gobierno de Henry utiliza la misma terminología que sus potencias tutelares para hablar de la situación actual. Se ha hablado mucho de los «esfuerzos desplegados por Estados Unidos y Canadá»: estos han consistido en hacer llegar a Haití material policial en aviones de carga militares canadienses y estadounidenses. Henry y la Policía Nacional de Haití agradecieron públicamente el material pagado con fondos haitianos hace algún tiempo; de hecho, estas entregas han llegado muy tarde, y solo gracias a la presión de actorxs de la sociedad civil haitiana. Más problemático aún, la presencia de aviones militares extranjeros en el aeropuerto Toussaint Louverture de Puerto Príncipe es a la vez una prueba de una intervención militar en curso y de un subterfugio para obtener dicha intervención.
Esta solicitud de intervención, aunque trata de ocultar este hecho, expone, sin embargo, la ilegitimidad política del gobierno de Henry, formado por miembros del PHTK de Henry y por antiguxs miembros de la oposición. Su ilegitimidad no se basa en la habitual discusión (o falta de ella) y la confrontación entre gobernantes y gobernadxs, ni en el juego típico de poder entre la oposición política y las autoridades de turno, sino que es el resultado del rechazo absoluto por parte de lxs haitianxs de un orden controlado y diseñado por la maquinaria del PHTK en Haití desde hace más de 10 años con un único fin: defender los intereses y proyectos neoliberales de la Internacional Capitalista Colonial. La solicitud de intervención revela el hecho de que el rechazo a la máquina PHTK no es más que una parte de un rechazo más amplio al orden colonial neoliberal tal y como se ha manifestado en varios proyectos económicos antipopulares, que a su vez fueron posibles gracias a muchos intentos de reconfiguración social y constitucional de Haití: consideremos, por nombrar solo algunos, el proyecto financiero de privatización de la isla de Gonâve, el referéndum para sustituir la Constitución de 1987, y otros.
Por primera vez desde la intervención militar estadounidense de 1915 (cuyo centenario fue silenciado por la maquinaria del PHTK), estamos asistiendo a un enfrentamiento directo entre la Internacional Capitalista Colonial y el pueblo haitiano, ya que los intermediarixs políticxs locales no están en condiciones de mediar y las fuerzas armadas locales (ya sea el ejército, las milicias o las bandas armadas) no son capaces de reprimir plena y totalmente los disturbios. En este escenario colonial—elaborado en los últimos cinco años, mantenido y alimentado por la geopolítica de las «catástrofes naturales», las epidemias, las pandemias y la presencia de bandas (que funcionan simultáneamente como extensiones armadas de los partidos políticos y materializan el «desorden»)—la única solución posible al caos es la intervención militar de fuerzas extranjeras.
Sin embargo, no se puede pretender que tal intervención ayude al pueblo haitiano, y ningún acuerdo elaborado en el lenguaje del sistema colonial puede sofocar las demandas y aspiraciones populares que, en los últimos doce años, han construido lo que el académico y activista haitiano Camille Chalmers denomina una verdadera «conciencia anti-imperialista«.
Lo que últimamente se ha calificado de «crisis haitiana» debe identificarse, por el contrario, como el punto más alto de la contradicción que se ha gestado a lo largo del régimen del PHTK: entre la voluntad de lxs capitalistas coloniales internacionales de obligarnos a vivir bajo un orden impuesto y nuestra resistencia a dicho orden.
Traducción: Nora Bendersky and Frank Scoffield Sánchez
Foto: Wire
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