Refugiadxs palestinxs en Filipinas se enfrentan a un futuro incierto

Lxs refugiadxs palestinxs de Gaza deben lidiar con el desplazamiento, la política local y la escasez de recursos en Filipinas

Refugiadxs palestinxs en Filipinas se enfrentan a un futuro incierto

Autor: El Ciudadano México

Las familias evacuadas a Filipinas han encontrado refugio temporal, pero se enfrentan a desafíos inminentes a medida que expiran sus contratos de arrendamiento y se agotan los fondos de las donaciones.

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A medida que el mes sagrado islámico del Ramadán llega a su primera semana, lxs refugiadxs palestinxs en Filipinas siguen haciendo frente a un futuro incierto. Quienes huyeron de la guerra en Gaza se encuentran dispersxs por toda la zona metropolitana de Manila, pasando de unas manos a otras y desesperadxs por recuperar la sensación de paz y normalidad. 

Aunque se acordó un alto el fuego a principios de 2025, la esperanza para lxs gazatíes en Filipinas sigue siendo tenue.

En Ciudad Quezon, poco menos de una docena de familias palestinas se alojan en uno de los principales barrios de la ciudad, hacinadas en un complejo de unx filipinx que simpatiza con su difícil situación. 

«Aquí somos unas diez u once familias. Hay más en Cavite», compartió el Dr. Hamza (nombre real retenido a petición), profesor universitario originario de Gaza. «Nuestro contrato de arrendamiento dura solo hasta marzo. Después no sabemos a dónde iremos». 

Cuando comenzó la guerra, Hamza y su familia se encontraban entre las docenas de familias evacuadas de Gaza por el Departamento de Asuntos Exteriores de Filipinas (DFA), que inicialmente solo quería evacuar a sus esposas, ciudadanas filipinas. «Solo querían traer a las mujeres de vuelta a Filipinas», dijo Hamza con ironía, «pero ellas (nuestras esposas) dijeron que no subirían a los aviones a menos que nos llevaran con ellas».   

Para entonces, ya habían comenzado los bombardeos a gran escala sobre el este de Gaza, dirigidos a casas residenciales, escuelas y hospitales. 

Hamza, que vivía en el este de Gaza, recordó haber visto la noticia el 7 de octubre, el primer día del asedio.

«Recuerdo las bombas golpeando. Cayeron sobre edificios de apartamentos situados cerca del nuestro. Cuando los proyectiles comenzaron a acercarse a nuestra casa, finalmente llamé a un amigo en la parte occidental de la ciudad para ver si tenía un lugar en el que pudiéramos refugiarnos. Nos fuimos de inmediato esa misma tarde. Otrxs no tuvieron tanta suerte como nosotrxs”, recordó.

Poco después, la totalidad de Gaza estaba siendo arrasada. Mientras hacía la compra como de costumbre, el hijo de Hamza, Hassan, fue alcanzado por una bomba que cayó cerca de la tienda. «Estaba frenético. Traté a llamar a su teléfono móvil, pero no obtuve respuesta. No sabía qué hacer». Horas más tarde, Hassan regresó a casa, levemente herido. 

Al darse cuenta de que ningún lugar era seguro, decidieron trasladarse hacia el oeste, cerca de la costa. Allí se encontró con Abdullah, un amigo ingeniero que también estaba casado con una mujer filipina. 

Huyendo de Gaza

Quienes ya están familiarizados con el bombardeo regular de ciudades palestinas por parte de Israel pensaron que al menos sería como las guerras anteriores. Pero el conflicto que comenzó en octubre fue diferente: más feroz, más indiscriminado. 

«Por aquel entonces, cuando [las fuerzas israelíes] lanzaban bombas, lo anunciaban con antelación como advertencia para que la gente evacuara. Ya no hay ninguna advertencia», dijo Hamza. Cuando comenzó el conflicto en octubre de 2023, la población de Gaza no tenía ni idea de que se convertiría en una de las peores crisis humanitarias que azotarían a Palestina, una tierra ya marcada por un siglo de genocidio y dominio colonial.

«Una bomba cayó directamente en nuestro edificio», dijo Abdullah, amigo de Hamza en el oeste de Gaza. «Mi familia estaba dentro del edificio en ese momento». La bomba se cobró las vidas de 25 miembros de la familia de Abdullah. Al igual que Hamza, decidió entonces que era hora de irse. 

Hamza y Abdullah comparten un estrecho vínculo con las Filipinas, ya que ya habían vivido en el país. Abdullah obtuvo su grado de ingeniería en el Colegio Emilio Aguinaldo, mientras que Hamza completó el suyo en la Universidad de Sto. Tomás. Ambos se rieron al recordar el tiempo que pasaron en Manila, compartiendo instante de alivio. 

Cuando el DFA finalmente permitió que lxs palestinxs volaran a Filipinas, tanto la familia de Hamza como la de Abdullah emprendieron el largo y arduo viaje hasta un campo de detención egipcio al otro lado de la frontera, donde tuvieron que esperar para ser procesados. 

Allí fuera, dijeron, se dieron cuenta realmente de lo que estaban dejando atrás. Trabajos, familia, negocios, vidas. 

La vida en Manila

Al llegar a Filipinas, las familias se registraron en un hotel en Pasay, para esperar allí hasta que hubiera un lugar disponible para que se mudaran. Varias organizaciones sin ánimo de lucro y populares lograron encontrar un lugar para lxs palestinxs en Marikina, donde después de un mes, se les pidió que se fueran debido a rumores de que presuntos comunistas les estaban ayudando.

«La gente decía que era peligroso quedarse en Marikina. Dijeron que la policía nos estaba vigilando. Que las personas que nos ayudaban eran izquierdistas o simpatizantes de lxs rebeldes», dijo Hamza. Finalmente terminaron en Ciudad Quezon, donde estudiantes de la Universidad de Filipinas, varios grupos de caridad y ciudadanxs particulares ayudaron a organizar eventos de recaudación de fondos para apoyar a las familias palestinas. 

Quienes, desamparadxs y desterradxs, huyen de los estragos del conflicto en Gaza, se encuentran ahora en una guerra diferente, pero igualmente insidiosa, en Manila. Se involucraron en la política local, divididxs entre varios grupos políticos e ideológicos. Los servicios de inteligencia de la policía, según lxs palestinxs, los vigilaban de cerca, conscientes de con quién hablaban y quién les hablaba. Del mismo modo, ahora les resulta difícil confiar en cualquiera que esté dispuesto a proporcionar ayuda, por temor a perder la poca solidaridad gubernamental que les queda o a ser utilizadxs como peones políticxs. 

«No queremos involucrarnos en más conflictos, solo queremos paz», dijo con exasperación y miedo. 

Fátima y Mariam, filipinas con maridos palestinos, compartieron la vida que dejaron atrás en Gaza. «Nunca nos sentimos realmente como extranjerxs en Gaza, nos acogieron desde el principio». Fátima y Mariam, junto con docenas de otros filipinxs, fueron fundamentales para convencer a la DFA de que permitiera a lxs palestinxs volar a Filipinas. «Gaza era un lugar pacífico, a diferencia de cómo lo retratan los medios de comunicación. No existe violencia sectaria. No juzgamos a las personas por su religión. Lxs cristianxs vivían junto a lxs musulmanes y viceversa. Todos éramos hermanos y hermanas».

«Algunas de las iglesias más antiguas del cristianismo se encuentran en Gaza. Ahora todas esas iglesias han sido destruidas por los ataques aéreos israelíes», coincidió Hamza. 

Futuro incierto 

A finales de enero de 2025, Hamás y las fuerzas israelíes alcanzaron un acuerdo de alto el fuego, que permitió a lxs palestinxs desplazados regresar finalmente a sus hogares tras un asedio de 15 meses. El acuerdo también despertó una leve esperanza para lxs gazatíes en Filipinas de tener la oportunidad de regresar con las familias que dejaron atrás.

«Por supuesto, queremos volver y reconstruir, pero ahora también está Trump y todo el tema de convertir Gaza en un centro turístico», dijo Hamza. Donald Trump, al ganar su candidatura presidencial en las elecciones de Estados Unidos de 2024, fue transparente sobre sus planes para fortalecer la alianza entre Estados Unidos e Israel. Trump llegó a expresar su deseo de comprar tierras de Gaza y convertirlas en complejos turísticos.

A raíz de las elecciones estadounidenses y el apoyo desmesurado al capital político israelí por parte del gobierno de extrema derecha en Washington, lxs palestinxs también expresaron su preocupación por su condición jurídica en Filipinas, un aliado cercano de Estados Unidos e Israel. Actualmente, no cuentan con la condición oficial de asiladxs, a pesar de hacer súplicas a funcionarixs del gobierno y al Departamento de Justicia. «Todavía no han respondido. Hemos llegado al punto de pedir la ayuda a senadorxs, pero no recibimos respuesta». 

Dentro del complejo que acogía a Hamza, Abdullah, Fatima y Mariam, las familias intentan recrear una sensación de normalidad propia. Sus apartamentos cobran vida con las minucias de la vida cotidiana. Lxs niñxs van y vienen vestidxs con uniformes escolares, con sus padres acompañándolxs o encargándoles tareas que hacer. Fuera, un triciclo [tuk-tuk] retumba, cargado de suministros para un puesto de comida de oriente próximo dirigido por unx de lxs palestinxs. 

Este mes de marzo, el contrato de arrendamiento de su apartamento termina. Los fondos de las donaciones y las campañas de caridad también se han agotado, dejando a lxs palestinxs en el limbo. Mientras sus hermanos en Palestina comienzan el proceso de reconstrucción, lxs palestinxs en Filipinas se preparan para un futuro incierto. 

Y al otro lado del océano, a más de 9.000 kilómetros de distancia, lxs habitantes de Gaza rompen su ayuno del Ramadán cada noche, rodeadxs de escombros y tierra. Del mismo modo, lxs gazatíes en Manila acaban el suyo con comida palestina y aperitivos filipinos. Ambos están tratando de sobrellevar un trauma que abarca generaciones. Ambos tratando de encender la llama de la esperanza de un futuro mejor. 

Se han editado todos los nombres para ocultar las identidades de las personas mencionadas en el artículo. También se han editado ciertos detalles para ocultar mejor sus identidades. Todas las historias se cuentan tal y como fueron narradas por los palestinos.

Fuente: Internacional Progresista/El Ciudadano

Foto: Jonah Kayguan/Bulatlat

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