A medida que la UE avanza en la puesta en marcha de su Pacto Verde, es imperativo que éste no establezca otra forma de dependencia de las importaciones europeas y malos acuerdos comerciales para los países del Sur Global, sino que cumpla la promesa de justicia climática para todxs.
«La agricultura familiar ha muerto en Túnez«, según Zakaria, un pequeño agricultor de Chenini, un oasis de Gabes, en el sureste de Túnez.
Este es el veredicto al que llegó tras la firma en junio del Paquete Integral de Asociación entre la UE y Túnez. Presentado aparentemente como un paquete de ayuda para hacer frente a la «migración irregular», es menos conocido el hecho de que también incluye una serie de cláusulas relacionadas con el comercio y la inversión que muchxs pequeñxs agricultorxs y trabajadorxs agrícolas tunecinxs creen que sólo empeorarán su situación.
Dramáticas escenas de turistas evacuadxs de los incendios forestales en la isla griega de Rodas llenaban las pantallas de televisión europeas en julio; en cambio, se prestó mucha menos atención a la difícil situación de lxs norteafricanxs que siguen sufriendo las consecuencias del calor extremo. En julio, las temperaturas en Túnez alcanzaron los 50 grados centígrados. Esta situación no hará sino empeorar en los próximos años. Según las previsiones de riesgo climático para Túnez, es probable que las temperaturas máximas anuales aumenten entre 1,9°C y 3,8°C de aquí a 2050, mientras que los niveles de precipitaciones podrían disminuir hasta un 22 por ciento en el mismo periodo.
En el cuarto año de sequía prolongada, la situación de lxs agricultorxs tunecinxs es especialmente grave. Los retos a los que se enfrentan lxs agricultorxs y lxs trabajadorxs agrícolas de Túnez y de la región norteafricana en general fueron el tema central de un taller de dos días organizado por la Plataforma Tunecina de Alternativas —una red de la sociedad civil— en colaboración con el Transnational Institute, en plena ola de calor de julio.
Abdul Karim, un pequeño agricultor de Medenine, en el sudeste de Túnez, describió la vida cotidiana de muchxs agricultorxs del país. La agricultura a pequeña escala en Túnez suele combinar la cría de ganado (cabras, ovejas, vacas y, en el sur del país, camellos) con los cultivos. Lxs pequeñxs agricultorxs suelen recibir pocos beneficios y tienen dificultades para cubrir los costes de producción. Venden sus productos en mercados locales y redes de distribución de alimentos, algunas de las cuales implican el contrabando de animales a través de las fronteras.
Lxs participantxs en el taller se mostraron críticxs con el actual enfoque adoptado por el gobierno tunecino para hacer frente a los efectos del cambio climático. Fauzia, una joven ingeniera agrónoma de Gabes, afirmó sin rodeos: «En Túnez no tenemos estrategia ni visión a largo plazo. ¿Qué vamos a dejar a la próxima generación? Solo enfermedades de las plantas y escasez de agua«.
En respuesta a la creciente sequía, el gobierno tunecino ha instituido una serie de medidas para intentar frenar el uso del agua, entre ellas un límite al riego agrícola y la prohibición de extraer agua por debajo de los 50 metros. Aunque estas medidas puedan parecer razonables, han dejado a lxs agricultorxs tunecinxs en una situación difícil y sin ayuda. La reducción de las precipitaciones obliga a lxs agricultorxs a recurrir a las aguas subterráneas para regar sus cultivos y árboles y dar de beber a sus animales. Sin embargo, el descenso del nivel de las aguas subterráneas significa que no se puede encontrar agua hasta 80 metros (o más) de profundidad. A lxs agricultorxs no les queda más remedio que cavar más hondo o poner en peligro sus medios de subsistencia.
Mientras se criminaliza a lxs agricultorxs por utilizar el agua para sobrevivir, el gobierno hace la vista gorda ante los ricos inversores de Túnez que están comprando tierras para la producción de aceitunas y excavando pozos de aguas profundas de forma no regulada. Estos pozos pueden tener hasta 200-300 metros de profundidad, según Yasser, ingeniero de gestión de recursos naturales
La irracionalidad de las actuales restricciones a la extracción y el uso del agua contrasta con las necesidades identificadas por lxs agricultorxs tunecinxs. Como afirma Zakaria, «lxs agricultorxs necesitan soluciones prácticas». Esto incluye la formación en técnicas agrícolas que incluyan cómo hacer frente a la creciente salinidad del agua, así como el acceso seguro a las tierras de cultivo y la protección de las semillas y las razas animales autóctonas.
Estas soluciones prácticas también deben abordar la situación a la que se enfrentan lxs trabajadorxs agrícolas tunecinxs -la mayoría mujeres- que trabajan por salarios míseros y se encuentran entre lxs más vulnerables a la explotación. Durante la pandemia de covid-19, estas trabajadoras agrícolas se enfrentaron al riesgo de infección y muerte, ya que las empresas exportadoras de frutas agrícolas españolas y holandesas siguieron operando, a menudo con escasas o nulas medidas sanitarias y de seguridad para proteger a sus trabajadorxs. Sin embargo, el gobierno tunecino no se centra en estas soluciones prácticas. En lugar de apoyar a lxs pequeñxs agricultorxs, el énfasis se pone en la exportación comercial a gran escala de un reducido conjunto de productos agrícolas que requieren un uso intensivo de agua y que están controlados por unos pocos agentes del mercado.
Aunque este enfoque orientado a la exportación se justifica con el argumento de que aumentará la seguridad alimentaria y nutricional de los tunecinos, no ha sido así. El porcentaje del gasto alimentario en el presupuesto total de la familia tunecina sigue siendo elevado, representando por término medio el 30 por ciento del gasto familiar anual, llegando casi al 40 por ciento en el caso de los grupos con ingresos más bajos. Mientras tanto, la política de subvencionar las exportaciones en detrimento de las necesidades básicas ha dejado a Túnez vulnerable a la volatilidad de los mercados y a las perturbaciones externas de los precios de los alimentos, una situación que no ha hecho más que agravarse por las interrupciones de las cadenas mundiales de suministro de alimentos provocadas por la pandemia y la invasión rusa de Ucrania.
Esta vulnerabilidad a las perturbaciones externas se produce a pesar de la firma en 1998 de un «Acuerdo de Asociación» entre la UE y Túnez, o quizá debido a ella. El acuerdo establecía diversas medidas para liberalizar el comercio, incluido el de productos agrícolas y alimentarios, entre el pequeño país norteafricano de 12 millones de habitantes y el bloque de la UE. Desde entonces, Túnez ha registrado constantes déficits comerciales con la UE, principal destino de la mayor parte de los productos agrícolas comercializados por Túnez. Los supuestos beneficios del acuerdo comercial han sido esquivos para la mayoría de lxs tunecinxs porque la UE sigue imponiendo diversas medidas para proteger su sector agrícola nacional. A veces el proteccionismo de la UE adopta la forma de cosas frustrantemente simples, como el hecho de que los periodos de tiempo durante los cuales se concede a los productos tunecinos un acceso privilegiado al mercado de la UE en virtud de un acuerdo de contingentes aduaneros no coinciden con el ciclo de producción en Túnez.
Los intentos de actualizar el Acuerdo de Asociación de 1998 mediante un nuevo Acuerdo de Libre Comercio Amplio y Profundo entre la UE y Túnez están actualmente estancados, aunque los borradores compartidos de rondas de negociación anteriores que se han hecho públicos no parecen señalar una ruptura fundamental con el pasado y, de hecho, podrían significar un resultado aún peor para las pequeñas y medianas empresas del país.
La naturaleza del intercambio económico y ecológico desigual en las relaciones comerciales agrícolas entre Túnez y la UE es el tema central de un informe publicado recientemente por el Transnational Institute. Este intercambio desigual se ejemplifica en el caso del comercio de aceite de oliva. Túnez es uno de los mayores productores de aceite de oliva del mundo. Producido en monocultivo a gran escala en tierras agrícolas de regadío de primera calidad, el 90% del aceite de oliva crudo se exporta a España e Italia, donde se refina y se vende a los consumidores europeos. En este proceso, Túnez pierde un importante valor agregado.
Mientras tanto, el aumento de los precios de los alimentos en el país hace que el consumo de aceite de oliva esté cada vez más fuera del alcance de lxs tunecinxs en general, que a su vez deben recurrir al uso de aceite vegetal más barato y de calidad inferior importado de la UE. En el contexto de una crisis económica más amplia, esto significa que el acceso a uno de los alimentos básicos de la dieta norteafricana y mediterránea, que ha demostrado ser beneficioso para la salud pública, se está deteriorando constantemente.
La dependencia de la olivicultura más tradicional que practican lxs pequeñxs agricultorxs para el mercado nacional no se considera viable debido a la falta de apoyo que recibe del gobierno. Como explica el agricultor Abdul Karim: «Los olivos tradicionales pueden vivir 150 años, pero la ayuda al cultivo del olivo es de 2 dinares por olivo, mientras que nuestro coste de producción es de unos 15-20 dinares por árbol. Necesitamos ayuda para el agua y los tractores. Pero sin estas ayudas, mi olivo se secará y morirá. No hay una estrategia precisa para el cultivo del olivo».
Para lxs pequeñxs agricultorxs y lxs trabajadorxs agrícolas, está claro que, en el contexto de crisis múltiples e interrelacionadas, la política agrícola y comercial de Túnez y de la región norteafricana en general debe replantearse. Como dijo Muhamed, profesor jubilado de economía rural en el Instituto Nacional de Investigación Agrícola: «Necesitamos un cambio de paradigma». Esto incluye invertir en una agricultura respetuosa con el clima, proteger la diversidad genética y las culturas alimentarias únicas de la región y restaurar el estatus de lxs pequeñxs agricultorxs y pescadorxs tunecinxs.
También debería incluir ayudar a lxs agricultorxs a hacer frente a los precios desorbitados de la electricidad. Mientras Túnez intenta aumentar la proporción de fuentes de energía renovables en su matriz energética hasta el 30% en 2030, haría bien en considerar cómo los modelos de producción de energía renovable dirigidos por la comunidad y respetuosos con el clima pueden ayudar a fomentar una transición justa que se aleje de los combustibles fósiles contaminantes y destructores del planeta.
Poner esto en práctica, sostiene Abdul Karim, significa que en lugar de promover los parques fotovoltaicos y de turbinas eólicas a gran escala que el gobierno tunecino y lxs inversorxs extranjerxs parecen favorecer actualmente, el Estado tunecino podría ayudar a lxs agricultorxs a instalar paneles solares en sus campos. Esto ayudaría a encaminar a Túnez hacia un sistema alimentario y energético sostenible.
Hay ejemplos positivos del cambio hacia la agricultura ecológica en Túnez. Nora, que ayuda a dirigir una cooperativa de alimentos orgánicos que exporta, entre otros productos, tomates y trigo orgánicos a Francia, está trabajando duro para obtener la certificación orgánica oficial y ampliar el número de hectáreas de producción orgánica. Afirma que lo que hace falta es invertir en educación y formación de lxs agricultorxs, así como un mejor marco jurídico para apoyar la formación de cooperativas que permitan a lxs agricultorxs un mejor acceso a los servicios de apoyo y negociar mejores precios para sus productos. En la actualidad esto es muy difícil. Sólo el 7 por ciento de lxs agricultorxs tunecinxs están registradxs oficialmente como parte de una cooperativa y la principal cooperativa que existe representa los intereses del sector agrícola comercial más grande. Abdul Karim señala que el principal sindicato agrícola del país nunca ha estado dirigido por un agricultor a tiempo completo: «Está en contra de lxs agricultorxs».
Layla, miembro fundador de la Plataforma Tunecina de Alternativas, expuso la idea de crear una plataforma regional en todo el norte de África que impulse la justicia económica y la soberanía alimentaria, compartida por muchxs de lxs participantes en el taller.
Al hablar de relaciones comerciales [agrícolas], tenemos que hablar de relaciones de poder. La forma de cuestionar estas relaciones de poder debe construirse desde dentro, empezando por lxs agricultorxs, lxs trabajadorxs agrícolas, lxs comerciantxs y las cooperativas. Tienen que unirse en un movimiento.
Se está imponiendo un espíritu de solidaridad regional. La red Siyada reúne a sindicatos, a organizaciones que trabajan por los derechos de lxs trabajadorxs agrícolas y a quienes luchan por la protección de las tierras, las semillas y el agua de toda la región en una plataforma común de intercambio y acción.
A medida que la UE avanza en el despliegue de su «Pacto Verde«, es imperativo que éste no establezca otra forma de dependencia de las importaciones europeas y malos acuerdos comerciales para los países del Sur Global, sino que cumpla la promesa de justicia climática para todxs.
Las señales no son buenas. El recientemente concluido Paquete Integral de Asociación entre la UE y Túnez revive muchos de los aspectos más problemáticos del anterior proceso de acuerdo de libre comercio, que se había estancado. En el caso de la agricultura, incluye una serie de medidas relacionadas con la mayor liberalización de los mercados, las normas, los derechos de propiedad intelectual, la armonización jurídica, la libertad de inversión y la posibilidad de que lxs inversorxs europexs se apropien de tierras agrícolas.
Sin embargo, mientras la UE entrega dinero a manos llenas al gobierno tunecino, cada vez más autocrático, en un acuerdo de 1.000 millones de euros para impedir que los inmigrantes —muchos de ellos procedentes del África subsahariana— realicen el desesperado viaje por mar desde Túnez a través del Mediterráneo hasta las costas europeas, haría bien en recordar que nadie quiere abandonar su país a menos que sienta que no tiene otra opción.
Zakaria expresó su esperanza en el futuro de Túnez: «No quiero que mis hijxs o lxs hijxs de mis hijxs se vayan, quiero que vivan de la tierra».
Foto: Wire
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